Hay quienes dicen que el otoño maltés es la segunda primavera de las islas. Es que las tormentas de septiembre apagan el calor del verano y dan lugar a que el verde y las flores pongan nuevamente manos a la obra.
A nivel culinario, el otoño trae consigo una interesante variedad de productos de la tierra a partir de los cuales se producen excelentes platos típicos. Las calabazas que maduraron al calor del verano están en su punto justo para ser cocinadas en octubre y los pasteles o purés que se hacen con esta verdura, son un manjar: desde los clásicos pasteles al horno, hasta las populares sopas o los deliciosos buñuelos, la calabaza maltesa no falla. Por su lado, las berenjenas moradas que comienzan a crecer en verano y continúan su proceso hasta el invierno, son un pilar fundamental en la dieta maltesa, sobretodo para dos de los platos más típicos de la región: el primero es la Caponata, que consiste en una salsa en base a las berenjenas, similar al ragout, hecha con tomates y pimientos, es una salsa ideal para pescado o bien mezclada con pastas y también como relleno de emparedados; el segundo son las berenjenas rellenas de carne y recubiertas en pan rallado y queso.
Cuando se trata de frutas, el otoño es la estación asociada con la fiesta de San Martín que festeja el “Verano de San Martín”, un corto período que se caracteriza por traer consigo días curiosamente calurosos para la época, en los que algunos malteses hasta se animan a ir a la playa. Son días de fiesta, muy esperados por los niños que esperan ansiosos recibir su “Broza ta’ San Martin”, un paquete lleno de dátiles, nueces, higos secos y bollos.
El otoño es una suerte de vuelta a las raíces para la cocina maltesa, cuando brillan destellos de todas las influencias multiculturales acumuladas en la historia y producen un conjunto original de sabores que forman parte de la herencia de siglos de las islas.
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